Interpretación de Romanos 1:1-32




Interpretación Romanos 1:1-32


Introducción, 1:1-17.

Saludo Epistolar.

1 Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado al apostolado, elegido para predicar el Evangelio de Dios, 2 que por sus profetas había prometido en las Santas Escrituras, 3 acerca de su Hijo, nacido de la descendencia de David según la carne, 4 constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad a partir de la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor, 5 por el cual hemos recibido la gracia y el apostolado para promover la obediencia de la fe, para gloria de su nombre, en todas las naciones, 6 entre las cuales os contáis también vosotros, los llamados de Jesucristo; 7 a todos los amados de Dios, llamados santos, que están en Roma, la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

ROMANOS, INTERPRETACIÓN,
Comienza San Pablo, a modo de presentación ante la iglesia de Roma, indicando sus títulos para el apostolado (v.1). Abiertamente se proclama “siervo (δούλος) de Cristo Jesús, expresión muy parecida a siervo de Yavé, de tan frecuente uso en el Antiguo Testamento, no ya sólo para designar al Mesías (cf. Isa 42:155), sino también para designar a aquellos israelitas cuya vida estaba dedicada de modo especial al servicio de Dios, particularmente si eran profetas (cf. Jos 14:7; 1Re 8:53; 2Re 9:7; 2Re 10:23; Esd 9:11; Neh 1:10; Jer 33:21; Dan 9:6; Sal 18:1; Sal 105:6). Pablo, pues, al proclamarse “siervo de Cristo Jesús,” no aludiría sólo a su condición de cristiano, sino a algo más particular, como luego concretará en los dos títulos siguientes: “llamado al apostolado,” con la misión de “predicar el evangelio de Dios.” Sobre la llamada de Pablo al “apostolado,” y su condición de “apóstol” al igual que los doce, ya hablamos al comentar Hec 9:3-19 y 13:1-3.
A continuación de su nombre y títulos esperaríamos encontrar la mención de los destinatarios de la carta, con la acostumbrada fórmula de saludo. Pero no es así, y hemos de aguardar hasta el v.7. Y es que San Pablo, sin preocuparse gran cosa del estilo, se deja llevar por las ideas conforme van afluyendo a su mente, añadiendo incisos sobre incisos, formando un período muy rico en doctrina, pero bastante embrollado gramaticalmente. Esto es corriente en el estilo de Pablo, como ya hicimos notar en la introducción general a sus cartas, y uno de los ejemplos clásicos son precisamente estos primeros versículos de la carta a los Romanos. La idea de “evangelio de Dios” (v.1) le trae a la memoria la de la vinculación del “evangelio” con el Antiguo Testamento, que ya habló de Cristo (v.2-3), y ésta a su vez le mueve a hablar de la grandeza de Cristo “constituido Hijo de Dios” (v.4) y por medio del cual él ha recibido la gracia que le ha convertido en Apóstol de los gentiles (v.5-6). Incluso podemos ver en estas ideas de los versículos preliminares, de modo parecido a como sucede también en otras cartas (cf.  Gal 1:1-4), un como anticipo de los temas fundamentales que pretende desarrollar. De hecho, todas esas ideas, a las que podemos añadir la de la gratuidad de la elección divina (v. 1.5-6), reaparecerán continuamente a lo largo de la carta.
No cabe duda que la idea principal, base de referencia que está sosteniendo todo el período, está centrada en la figura excelsa de Jesucristo: “acerca de su Hijo.. Constituido Hijo de Dios.., por el cual hemos recibido..” (v.3-5). Tampoco cabe duda que son dos las afirmaciones fundamentales de San Pablo acerca de Jesucristo: que es hijo de David (v.3), y que es hijo de Dios (v.4). Pero, eso supuesto, al tratar de concretar más, la cosa ya no es tan fácil. Ninguna dificultad ofrece lo de que Jesucristo sea hijo de David “según la carne” (cf. Mat 1:1-21; Mat 9:27; Mat 12:23; Mat 21:9; Mat 22:42); mas ¿qué quiere significar San Pablo con las expresiones “constituido Hijo de Dios (. του όρισ3έντος υίοΰ Θεού), en poder (εν δυνάμει), según el Espíritu de santidad (κατά πνεύμα άγιωσύνης)? Las interpretaciones que a estas palabras han dado y siguen dando los exegetas son muy variadas 84. Desde luego, debe excluirse cualquier interpretación que lleve consigo la negación de la preexistencia divina de Jesucristo, cosa que estaría en contradicción con lo que claramente enseña San Pablo en otros lugares (cf. Gal 4:4; 1Co 8:6; Col 1:15-17). Tampoco es de este lugar, atendido el significado del verbo ορίζω (cf. Hec 10:42; Hec 17:31), referir esas expresiones a la predestinación” de Jesucristo según su naturaleza humana, conforme han hecho muchos teólogos, apoyados en la traducción de la Vulgata: “qui praedestinatus est Filius Dei.” Creo que para la interpretación de este texto puede darnos mucha luz otro parecido del mismo San Pablo en Flp 2:6-11 : “existiendo en la forma de Dios. , se anonadó tomando la forma de siervo. , hecho obediente hasta la muerte. ; por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que.. toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.” Exactamente las dos mismas ideas, de humillación y exaltación, que en este pasaje de la carta a los Romanos, con la diferencia de que en la carta a los Filipenses esas dos ideas están más desarrolladas y las expresiones son mucho más claras. Parece evidente que ese “constituido Hijo de Dios. , según el Espíritu de santidad. , Señor nuestro,” de la carta a los Romanos, equivale en sustancia a la “exaltación. , nombre sobre todo nombre. , Señor para gloria de Dios Padre,” de la carta a los Filipenses. Si ello es así, la expresión “constituido Hijo de Dios” (v.4), más que aludir directamente a la filiación natural divina de Jesucristo en sentido ontológico, aludiría a su entronización como rey mesiánico y Señor universal de las naciones, conforme explicamos al comentar Hec 2:36 y 9:20. Es a partir de la resurrección cuando comienza a ser realidad la obra vivificadora de Cristo en los seres humanos (cf. 1Co 15:45), obra que tendrá su culminación al fin de los tiempos con la resurrección general (cf. 1Co 15:20-28). La expresión “en poder” podría referirse bien a Jesucristo, “constituido Hijo de Dios en poder” (cf. 1Co 15:43), bien a Dios mismo, que muestra su gran poder en esa exaltación de Jesucristo a partir de la resurrección. Quizá sea preferible esta segunda interpretación, en conformidad con el modo de hablar de San Pablo en otros lugares (cf. 1Co 6:14; 2Co 13:4; Efe 3:20; Col 2:12). Por lo que hace a la misteriosa frase “según el Espíritu de santidad,” téngase en cuenta que en la predicación cristiana primitiva, la efusión del Espíritu Santo sobre el mundo por Cristo formaba parte, como elemento esencial, de la exaltación de éste (cf. Hec 2:32-36). El mismo San Pablo, dentro de la carta a los Romanos, atribuye al Espíritu Santo el ser principio de esa nueva vida traída por Cristo que ha de desembocar en la resurrección de los así vivificados (cf. 4”25; Hec 5:5; Hec 8:11; Hec 15:16). Es obvio, pues, suponer que, al aludir al principio de su carta a la persona de Jesucristo, lo haga fijándose sobre todo en su poder de santificador, según el Espíritu, poder que comenzó a ejercer de modo ostensible a partir de la resurrección (cf. Hec 1:4-8).
Lo que a continuación dice San Pablo (v.5-7) es ya más fácil de entender. Señalemos únicamente la expresión “para promover la obediencia de la fe” (εΐς υπακοήν ττίστεως), expresión un tanto ambigua, que no todos interpretan de la misma manera. Creen muchos que la palabra fe está tomada aquí en sentido objetivo, como conjunto de verdades evangélicas a las que es necesario someterse; otros, en cambio, más en consonancia con el tema central de la carta, mantienen el sentido obvio de la palabra “fe,” e interpretan la frase como refiriéndose a la obediencia a Dios por la fe. El que San Pablo llame “santos” a los fieles de Roma (v.7) no quiere decir que todos lo fuesen en el sentido que hoy damos a esta palabra; era éste un término entonces corriente con que se designaban entre sí los cristianos, como ya explicamos al comentar Hec 9:13, significando su elección por parte de Dios, que los había como “separado” del mundo para consagrarlos a su servicio. Además, en este caso, la expresión paulina (κλητοΐς áyíois) significa más bien santos por vocación o llamados a ser santos.
Por fin, San Pablo llega al final del saludo, deseando a los destinatarios “la gracia y la paz” de parte de Dios Padre y de Jesucristo (v.7). Sobre esta fórmula usual en sus cartas y, a lo que parece, formada por él, ya hablamos en la introducción general, al comparar sus cartas con el resto de la epistolografía antigua.


Elogio de los fieles de Roma en forma de acción de gracias a Dios, Hec. 1:8-15.

8 Ante todo doy gracias a mi Dios por Jesucristo, por todos vosotros, de que vuestra fe es conocida en todo el mundo. 9 Testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu, mediante la predicación del Evangelio de su Hijo, que sin cesar hago memoria de vosotros, 10 suplicándole siempre en mis oraciones que por fin algún día, por voluntad de Dios, se me allane el camino para ir a veros. 11 Porque, a la verdad, deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, para confirmaros, 12 o mejor, para consolarme con vosotros por la mutua comunicación de nuestra común fe. 13 No quiero que ignoréis, hermanos, que muchas veces me he propuesto ir — pero he sido impedido hasta el presente -, para recoger algún fruto también entre vosotros, como en las demás gentes. 14 Me debo tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes. 15 Así que en cuanto en mí está, pronto estoy a evangelizaros también a vosotros los de Roma.

Hay aquí, a continuación del saludo inicial, una especie de “captatio benevolentiae,” ponderando el interés que se siente por aquellos a quienes se escribe, conforme era corriente en la epistolografía de entonces. El mismo proceder hallamos en las demás cartas, a excepción de Calatas, Tito y primera a Timoteo. Ello no quiere decir que los sentimientos manifestados no sean totalmente verídicos.
Lo que San Pablo manifiesta a los Romanos es la buena reputación de su fe (v.8), el continuo recuerdo de ellos en sus oraciones (v.9), y la esperanza de visitarlos pronto, cumpliendo así un antiguo deseo (v. 10-15). Funda sobre todo esos deseos en que es Apóstol de los “gentiles” (v.13-15; cf. Gal 2:7-9; Hec 9:15) y, no obstante su principio de no meterse en campo trabajado por otros (cf. 15:20), quiere hacerles partícipes también a ellos de los frutos de su predicación (v.11) o, como dice luego con exquisita delicadeza, “consolarme con vosotros por la mutua comunicación de nuestra común fe” (v.12). La expresión “tanto a los griegos como a los bárbaros” (v.14) indica la totalidad del mundo gentil. Tómase aquí el término “griegos” como equivalente a hombres de cultura grecorromana, en contraposición a los de otros pueblos, a quienes se tenía por “bárbaros” o incultos (cf. Hec 28:2; 1Co 14:11). Era una terminología, que correspondía al punto de vista grecorromano. En otros lugares, sin embargo, el término “griego” incluye a todos los gentiles, en contraposición a los judíos (cf. 1:16; 2:9-10; 3:9; 10:12; Hec 11:20). Era el punto de vista de los judíos.


Tema de la carta,Hec_1:16-17.
16 Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para la salud de todo el que cree, del judío primero, pero también del griego, 17 porque en él se revela la justicia de Dios, de fe en fe, según está escrito: “El justo por la fe vivirá.”

En ninguna otra de sus cartas señala San Pablo tan manifiestamente, por anticipado, el tema que va a desarrollar. La ilación de ideas con lo anterior es clara. Ha dicho a los Romanos que “está pronto a evangelizarlos” (v.1s), ahora da la razón de ese su modo de pensar: no obstante que los sabios de este mundo tengan el Evangelio por una locura (cf. 1Co 1:23; Hec 17:32), él no se avergüenza de predicarlo incluso en la misma Roma, sabiendo que es “poder de Dios para la salud de todo el que cree, del judío primero, pero también del griego” (v.16). ¡Magnífica definición del Evangelio! En el v.17 ya no hará sino explicar el por qué de su afirmación (v.17a), y cómo ese modo de “salud” por la fe estaba ya anunciado en la Escritura (v.17b). Dicho de otra manera, lo que Pablo afirma son sobre todo estas tres verdades: 1) El Evangelio es un instrumento potente y eficaz del que Dios ha determinado servirse en orden a proporcionar la “salud” (σωτηρία) a los hombres. 2) Esta salud, obra de la justicia de Dios, es ofrecida a todos los seres humanos, sin distinción de razas ni culturas, con cierta primacía de orden histórico por parte de los judíos, dado que a ellos fueron confiadas las promesas de “salud” (cf. 3:2; 9:1-6) y a ellos también fue predicado primeramente el Evangelio. 3) Para obtener esa “salud” es exigida de nuestra parte la “fe,” cuestion que no es ninguna innovación, pues estaba ya anunciado en la Escritura.
Realmente, a lo largo de la carta, Pablo no hará sino profundizar en estas verdades, sacando las oportunas consecuencias. Las palabras “salud,” “fe,” “justicia de Dios.”., usadas en estos versículos, están cargadas de sentido, y son palabras clave en la teología paulina. A ellas nos referimos ya en la introducción a esta carta, tratando de presentarlas en visión de conjunto. Nos remitimos a lo dicho allí.
Cuando San Pablo habla de que “el Evangelio es poder (δύναμις) de Dios.., no lo considera simplemente como un cuerpo de puntos doctrinales que hay que aceptar, cosa que supone ya han hecho los destinatarios de su carta (cf. 1:8), sino que se fija en su vitalidad, en su eficacia, como instrumento de Dios en orden a la “salud.” La palabra “evangelio” es para él, no un cuerpo inerte de doctrinas, sino una realidad viviente, creada por Dios, que nos pone en comunicación con Cristo muerto y resucitado, haciendo llegar hasta nosotros la vida divina; viene a ser, pues, como la expresión sintética que condensa toda la economía divina de salvación (cf. 2Ti 1:8-12). Es Dios actuando en la historia, y llamando a los seres humanos a la comunicación con El. A esta invitación el ser humano debe responder libremente bajo el influjo de la gracia.
Por lo que se refiere al término “fe,” sabido es que es éste uno de los términos más frecuentemente usados por San Pablo, cuya interpretación ha dado lugar a acaloradas controversias entre católicos y protestantes. De ello tratamos ya en la introducción a la carta. En este mismo pasaje que comentamos alude a ella tres veces: .”. para la salud de todo el que cree. ; la justicia de Dios de fe en fe. ; el justo por la fe vivirá.” Podrá discutirse el sentido exacto de estas dos últimas expresiones, pero de lo que no cabe dudar es de que San Pablo recalca con ellas la importancia capital de la “fe” para todo el que trata de conseguir la “salud” ofrecida por Dios en el Evangelio 85.
Queda, por fin, el término “justicia de Dios.” San Pablo dice que en el Evangelio “se revela la justicia de Dios” (2Ti_1:17). Lo mismo vuelve a repetir en 3:21-22, texto evidentemente paralelo a este Deu_1:17. Como ya explicamos ampliamente en la introducción a la carta, esa “justicia” no es la justicia vindicativa, conforme se ha tomado a veces este término, sino la justicia salvifica divina, tantas veces anunciada en los textos profetices en relación con la bendicion mesiánica, manifestada ahora en el Evangelio.


I. Justificación Por Medio de Jesucristo,Deu 1:18. -Deu 11:36.
Culpabilidad de los gentiles,Deu 1:18-23.

18 En efecto, la ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad con la injusticia. 19 Pues lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, ya que Dios se lo manifestó; 20 porque desde la creación del mundo los atributos invisibles de Dios, tanto su eterno poder como su divinidad, se dejan ver a la inteligencia a través de las criaturas. De manera que son inexcusables, 21 por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón; 22 y alardeando de sabios, se hicieron necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del humano corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles.

Antes de abordar directamente el tema de la “justicia de Dios” revelada en el Evangelio (v.17; cf. 3:21), San Pablo comienza por hacernos ver la necesidad de esa “justicia de Dios,” presentándonos en visión de conjunto el estado ruinoso de la humanidad, tanto entre los gentiles (1:18-32) como entre los judíos (2:1-3:8), concluyendo que todos, judíos y gentiles, “se hallaban bajo el pecado” (3:9-20). Sobre ellos se revela la “ira de Dios” (v.18), en contraste con la “justicia” salvífica revelada en el Evangelio, Esta “ira” es la justicia vengadora con que Dios castiga el pecado, que tendrá su revelación solemne en el juicio final (cf. 2:5; 5:9; 1Te 1:10; 1Te 5:9), pero que ya obra en el curso de la historia castigando de varios modos a los pecadores, y, en este caso concreto, “oscureciendo” los ojos de su espíritu (v.21-23) y “entregándolos” a los vicios más infames (v.24-32; cf. 2:3-9).
Comienza San Pablo por los gentiles, y distingue claramente dos etapas: una primera en que señala el origen del mal (v. 18-23), Y otra segunda en que pinta el espantoso cuadro de degradación moral a que los gentiles habían llegado (v.24-32). De momento nos interesa la primera de las dos etapas, pues es ésa la perícopa que comentamos. En sustancia, lo que San Pablo viene a decir es que los gentiles, aunque carentes de la revelación positiva de Dios concedida a los judíos, han conocido de hecho a Dios a través de las criaturas (v. 19-20), pero, en la práctica, no han acomodado su vida a ese conocimiento que tienen de Dios, trocando “la gloria del Dios incorruptible por la semejanza del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles,” es decir, han negado a Dios el culto que le es debido, incensando a las criaturas con el humo y aroma que son propios suyos (v.21-23). Es lo mismo que ha dicho antes en frase apretada de sentido: “aprisionan la verdad con la injusticia” (v.18). Esa “verdad” que aprisiona es el conocimiento que, a través de las criaturas, tienen de Dios, y al que, contra todo derecho, mantienen como esclavo sin permitirle producir sus frutos naturales. Este pecado de idolatría y politeísmo es el gran pecado que viciaba en su raíz la vida toda religiosa de la gentilidad (cf. Sab 14:27).
San Pablo afirma en esta perícopa (v. 19-20) no sólo la posibilidad del conocimiento de Dios a través de las criaturas, sino también el hecho, concretando incluso el aspecto de la esencia divina que es término de la operación mental del hombre: “su eterno poder y su divinidad” (v.20). Y es que no todos los atributos de Dios se revelan igualmente en las obras de la creación; los que sobre todo se presentan al contemplar las maravillas de este mundo visible, que está pidiendo una causa, son su omnipotencia creadora, por encima de las contingencias del tiempo, y su divinidad o soberanía trascendente, por encima de cualquier otro ser. De esta capacidad del hombre para llegar al conocimiento de Dios por la creación, que aquí deja entender Pablo, ya hablamos antes en la introducción a la carta.


El castigo divino (Sab. 1:24-32.)

24 Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, conque deshonran sus propios cuerpos, 25 pues cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Criador, que es bendito por los siglos, amén. 26 Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; 27 e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío. 28 Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su reprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas 29 y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos, 30 calumniadores, aborrecidos de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, 31 insensatos, desleales, desamorados, despiadados; 32 los cuales, conociendo la sentencia de Dios que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen.

Es impresionante el cuadro pintado aquí por San Pablo sobre la degradación moral del mundo gentil. Ni creamos que se trata de expresiones retóricas. Incluso hombres tan ponderados como Sócrates y Plutarco hacen elogios de esas acciones contra naturaleza entre varones a que alude San Pablo (v.27), considerándolas como nota distintiva de guerreros y literatos, que saben sobreponerse a los halagos de las mujeres. No que en nuestra sociedad actual no haya esos vicios, pero se trata más bien de pecados aislados de individuos, no de la sociedad misma, que aplaudía esas acciones y a veces hasta les daba carácter religioso (cf. v.32).
Los pecados enumerados aquí por San Pablo caen todos dentro de la segunda parte del Decálogo, en que se regulan las relaciones con nuestros semejantes (a partir del cuarto mandamiento), y parece como si el Apóstol tratara de distinguir tres grupos: pecados de impureza en general (v.24-25), pecados contra naturaleza (v.26-27), perversión total del sentido moral (v.28-32). Y es de notar que estos pecados son considerados no sólo como acciones pecaminosas, sino también y sobre todo como castigo por el pecado de idolatría (cf. v.24.20.28), la cual a su vez es considerada como castigo de otro pecado, el de no haber querido los seres humanos glorificar a Dios cual lo pedía el conocimiento que a través de las criaturas tenían de El (cf. v.21-23). No parece que haya orden alguno sistemático en la larga enumeración de pecados de los v.28-32. Probablemente San Pablo los fue poniendo conforme acudían a su mente 87, y hasta es posible que ya circularan en la literatura judía listas de pecados más o menos hechas (cf. 2:1-3; Rev 21:8; Rev 22:15). En otras varias ocasiones hace San Pablo enumeraciones parecidas (cf.  1Co 6:9-10; 2Co 12:20-21; Gal 5:19-21; Efe 5:3-6; Col 3:5-8; 1Ti 1:9-10; 2Ti 3:2-5)·
Referente a la frase “por esto Dios los entregó” (v.24.26.28), no ha de interpretarse como si positivamente Dios empujara a los hombres al pecado, cosa incompatible con su santidad. Lo que San Pablo quiere hacer resaltar es que esa bochornosa degradación moral en que los hombres han caído es resultado de una ordenación divina que tiene algo de ley del talión: por no querer los hombres glorificar a Dios, cual era su deber, éste, en castigo, retiró sus gracias, de modo que cada vez fueran cayendo más abajo, a merced de sus instintos bestiales. Es lo que sucede: “el primer pecado es causa del segundo, y el segundo es castigo del primero.” En otros lugares, dentro de un contexto muy semejante, San Pablo se fijará más en la parte del hombre (cf. Hec_14:16; Efe_4:19); aquí, por el contrario, quiere hacer resaltar la parte de Dios. Y es que en la actuación moral del hombre hay una misteriosa conjunción de gracia divina y libre albedrío humano, dos verdades fundamentales que es necesario salvar, aunque la conciliación no sea ya tan fácil de entender.