Interpretación de Romanos 2:1-29
Interpretación de Romanos
2:1-29
Culpabilidad
de los judíos, 2:1-11.
1 Por lo cual eres
inexcusable, ¡oh hombre!, quienquiera que seas, tú que juzgas: pues en lo mismo
que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas.
2 Pues sabemos que el juicio de Dios es conforme a verdad, contra todos los que
cometen tales cosas. 3 ¡Oh hombre! ¿Y piensas tú, que condenas a los que eso
hacen y con todo lo haces tú, que escaparás al juicio de Dios? 4 ¿O es que
desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo
que la bondad de Dios te atrae a penitencia? 5 Pues conforme a tu dureza y a la
impenitencia de tu corazón, vas atesorándote ira para el día de la ira y de la
revelación del justo juicio de Dios, 6 que dará a cada uno según sus obras; 7 a
los que con perseverancia en el bien obrar buscan gloria, honor e inmortalidad,
la vida eterna; 8 pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a
la injusticia, ira e indignación. 9 Tribulación y angustia sobre todo el que
hace el mal, primero sobre el judío, luego sobre el gentil; 10 pero gloria,
honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego para el
gentil; n pues en Dios no hay acepción de personas.
San
Pablo no dice nunca en esta historia que esté refiriéndose a los judíos.
Simplemente habla de: “¡oh hombre, quienquiera que seas, tú que juzgas!” (v.1);
y con este innominado personaje es con quien se encara. Parece claro, sin
embargo, atendido el conjunto de la argumentación, que este personaje,
representante de todo un sector, es el mismo que a partir del v.17 aparece ya
explícitamente con el nombre de “judío.” Las mismas expresiones: “conforme a tu
dureza y a la impenitencia de tu corazón” (v.5), están como recordando otras
similares alusivas al pueblo de Israel (cf. Exo 32:9; Deu 31:27; Jer 9:26; Bar 2:30; Hec 7:51). Si
San Pablo no pone explícitamente desde un principio el nombre de “judío” fue
quizás para no herir bruscamente susceptibilidades, prefiriendo ir a la
sustancia de la cosa, y que sean los judíos mismos, aunque sin nombrarlos, los
que se vean como forzados a reconocer que también ellos son culpables.
La
conexión de este capítulo con el anterior es clara. San Pablo continúa con el
mismo alegato del estado ruinoso de la humanidad, que necesita de la “justicia”
revelada en el Evangelio. Habló de los gentiles (Hec 1:18-32); ahora va a
hablar de los judíos. Estos, en contraposición a los gentiles Deu 1:32, no
aprueban los vicios de los paganos, antes al contrario los condenan (v.13).
Están de acuerdo con San Pablo en esas invectivas lanzadas contra el mundo
gentil, considerándose muy orgullosos de no pertenecer a esa masa pecadora, que
no ha recibido la Ley, convencidos de que con ésta pueden ellos sentirse
seguros, sin preocuparse gran cosa de las exigencias morales (cf. Mat 23:23;
Lev 18:9-14). Pues bien, esta mentalidad es la que ataca aquí San Pablo,
haciéndoles ver que su situación no es mejor que la de los gentiles, cuyos
vicios condenan.
El
argumento de San Pablo es el de que “hacen eso mismo que condenan” (v.1.3), y,
por tanto, son tan culpables como los gentiles; incluso puede hablarse de
culpabilidad mayor (cf. v.9), pues han recibido más beneficios de Dios,
despreciando “las riquezas de su bondad y longanimidad” para con ellos (v.4-5).
El que San Pablo diga que “hacen eso mismo que condenan” no significa que los
judíos, como pueblo, cayeran tan bajo en los vicios todos de los paganos. Lo
que se trata de hacer resaltar es que, por lo que toca al dominio del pecado,
están en la misma situación que ellos; pues como ellos, tampoco viven de
acuerdo con el conocimiento que tienen de Dios. Es ahí donde radica el gran
pecado, tanto de gentiles como de judíos. En los v. 17-23 se concretarán luego
algunos vicios de los judíos, que condenan en los paganos, pero que, sin
embargo, también ellos cometen.
San
Pablo, en todo este alegato contra los judíos, insiste en una verdad de suma
importancia: que en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de
Dios, cada uno será juzgado según sus obras, lo mismo judíos que gentiles; pues
en Dios no hay acepción de personas (v.5-n). El “día de la ira” es el día del
juicio final, de que con frecuencia habla San Pablo (cf. 14:10-12; 1Co 3:13-15;
1Co 4:5; 2Co 5:10; 1Te 5:2-9; 2Te 1:6-10) y también el Evangelio (cf. Mat 10:15;
Mat 11:22-24; Mat 12:36; Mat 13:39-43; Mat 25:31-46); si se dice “día de ira”
es porque en la perspectiva presente se mira sobre todo al castigo de los
pecadores, aunque sea también día de recompensa de los justos. Al decir San
Pablo que Dios “dará a cada uno según sus obras” (v.6; cf. 1Co 3:13-15; 2Co 5:10;
Efe 6:8), no hace sino repetir lo dicho por Jesucristo (cf. Mat 16:27; Jua 5:29
), y en modo alguno se contradice con lo que afirma en otras ocasiones hablando
de “justificación por la fe” (cf. 1:16-17; 3:22; 4:11; 5:1); pues la
“justificación por la fe” no excluye las obras, exigencia de esa misma fe en
orden a conseguir la “salud” (cf. 12:1-2; 1Co 13:1; Gal 5:6). Aquí San Pablo
recalca como universal el principio de retribución según las obras, que vale lo
mismo para gentiles que para judíos, como luego concretará en los v. 12-16.
Ni
la Ley ni la circuncisión dispensan de la rectitud interior (Gal 2:12-29).
12 En efecto,
cuantos hayan pecado sin Ley, sin Ley también perecerán; y los que pecaron en
la Ley, por la Ley serán juzgados; 13 porque no son justos ante Dios los que
oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley, ésos serán declarados justos. 14
En verdad, cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen naturalmente las
prescripciones de la Ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos Ley. 15
Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus
corazones, siendo testigo su conciencia, que ora acusa, ora defiende. 16 Así se
verá el día en que, según mi evangelio, juzgará Dios por Jesucristo las
acciones secretas de los hombres. 17 Pero si tú, que te precias del nombre de
judío y confías en la Ley y te glorías en Dios, 18 conoces su voluntad, e
instruido por la Ley, sabes estimar lo mejor, 19 y presumes de ser guía de
ciegos, luz de los que viven en tinieblas, 20 preceptor de rudos, maestro de
niños, y tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad; 21 tú, en
suma, que enseñas a otros, ¿cómo no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas
que no se debe robar, robas? 22 ¿Tú, que dices que no se debe adulterar,
adulteras? ¿Tú, que abominas de los ídolos, te apropias los bienes de los
templos? 23 ¿Tú, que te glorías en la Ley, ofendes a Dios traspasando la Ley?
24 Pues escrito está: “Por causa vuestra es blasfemado entre los gentiles el
nombre de Dios.” 25 Cierto que la circuncisión es provechosa, si guardas la
Ley; pero si la traspasas, tu circuncisión se hace prepucio. 26 Mientras que,
si el incircunciso guarda los preceptos de la Ley, ¿no será tenido por
circuncidado? 27 Por tanto, el incircunciso natural que cumple la Ley te
juzgará a ti, que, a pesar de tener la letra y la circuncisión, traspasas la
Ley. 28 Porque no es judío el que lo es en lo exterior, ni es circuncisión la
circuncisión exterior de la carne; 29 sino que es judío el que lo es en lo
interior, y es circuncisión la del corazón, según el espíritu, no según la
letra. La alabanza de éste no es de los seres humanos, sino de Dios.
Continúa
San Pablo su alegato contra los judíos en un ataque cada vez más directo e
incisivo. Dos elementos nuevos entran en juego: la Ley (v. 12-24) Y la circuncisión (v.25-29), cosas ambas que eran
para los judíos motivo de orgullo y que consideraban algo así como reaseguro
infalible que les aseguraba un puesto en el reino de Dios. “Somos hijos de
Abraham,” gritaron orgullosamente a Jesucristo, que trataba de llevarlos al
buen camino (Jua 8:33); y, más o menos, esos mismos sentimientos de orgullo
revelan también las frases que aquí les aplica San Pablo (v. 17-20). Se decía
por algunos rabinos, según nos cuenta el Talmud, que Abraham “estaba sentado a
las puertas del infierno y no permitía que entrase ninguno que estuviese
circuncidado”; para el caso de grandes criminales, decían que el mismo Abraham
les quitaba las señales de la circuncisión (cf. 1Ma 1:16; 1Co 7:18).
Pues
bien, contra esa mentalidad absurda de confianza en los ritos exteriores, sin
preocuparse de la rectitud interior, es contra la que lanza sus invectivas San
Pablo. Comienza recalcando el principio, señalado ya antes (v.6), de que lo que
realmente pesará en la balanza divina en el día del juicio, lo mismo para
judíos que para gentiles, serán las obras de cada uno, con la única diferencia
de que los judíos serán juzgados de conformidad con la ley dada a ellos, es
decir, la ley mosaica, mientras que los gentiles, que no han recibido ninguna
ley positiva, serán juzgados de conformidad con la ley natural impresa en sus
corazones (v. 12-16). Ambas leyes, la mosaica y la natural, son expresiones de
la voluntad de Dios, y el pecado está en no obrar de conformidad con esa
voluntad 88. Es cierto que San Pablo nunca dice explícitamente que la ley
natural, en virtud de la cual los hombres “son para sí mismos ley” (v.14),
proceda de Dios; pero claramente se deduce de todo el contexto que ése es su
sentir, pues de otro modo la ley natural no intimaría sus órdenes con tanto
imperio e independencia, ni tenía por qué ser módulo por el que en el día del
juicio “Dios por Jesucristo juzgará las acciones secretas de los hombres”
(v.16; cf. Jua 5:22-30; Hec 17:31; 1Co 4:5).
A
continuación, San Pablo, en los v. 17-24, hace una aplicación más directa a los
judíos, acusándoles de quebrantar la Ley, a pesar del claro conocimiento que
tienen de ella, siendo incluso motivo de que “entre los gentiles sea blasfemado
el nombre de Dios” (v.24; cf. Isa 52:5; Eze 36:20); pues el desprecio hacia
ellos recae de algún modo sobre el Dios del que se dicen servidores. El texto
gramaticalmente resulta algo confuso, pues al período iniciado en el v.1y le
falta la apódosis; sin embargo, no es difícil de suplir. No está claro a qué
aluda San Pablo con ese “te apropias los bienes de los templos” (ίεροσυλεΐς)
del v.22). Creen algunos que se trata de defraudaciones en los tributos que había
que pagar al templo (cf. Mal 3:8-10), aunque otros, quizá más acertadamente,
opinan que se trata de robos en templos y sepulcros paganos, contra el precepto
expreso de la Ley (cf. Deu 7:5.25). De hecho, según Josefo89, parece que era
éste un reproche que con frecuencia se echaba en cara a los judíos (cf. Hec 19:37).
Por
fin, en los V.25-29, San Pablo precisa el verdadero sentido de la circuncisión,
diciendo que forma un todo indivisible con la Ley, y que, si no se practica
ésta, queda convertida en un signo meramente externo sin valor alguno
espiritual. Hasta tal punto dice ser esto verdad, que si un gentil incircunciso
observa la ley impresa en su conciencia, fundamentalmente correspondiente a la Ley
mosaica, puede decirse más “circunciso” y más “judío” que los propios
descendientes de Abraham; pues pertenece más realmente que ellos al verdadero
pueblo de Dios, que juzga según las obras y no según las apariencias externas.
Era éste un principio revolucionario para una mentalidad judía, al equiparar o
poco menos la Ley mosaica con la ley natural, igualmente que había ya hecho en
los v.14-15. Con este principio prepara ya su concepción del verdadero
israelita, que concede al cristiano el derecho de reivindicar para sí las
promesas hechas a Israel (cf. 9:6-8; Gal 3:29; Gal 6:16). De la circuncisión
del “corazón” se hablaba ya en el Antiguo Testamento (cf. Lev 26:41; Deu 10:16;
Jer 4:4).