Santiago Capítulo 3 — Explicación

Santiago Capítulo 3 — Explicación

Santiago Capítulo — Explicación


3:1–4:12 PRUEBA POR MEDIO DE LA LENGUA

Una de las formas por las cuales se prueba el compromiso de una persona con Cristo es su uso de la lengua. Y uno de los primeros problemas que pueden aparecer en una iglesia que está siendo per seguida es que los creyentes comienzan a discutir entre sí.
3:1–12 El mal en la lengua
El primer punto que Santiago necesita plantear es que la lengua es un poderoso instrumento para el mal. Lo hace por medio de un largo y cuidadoso argumento.
La lengua es el principal instrumento del maestro, de modo que es allí donde comienza Santiago. No os hagáis muchos maestros significa más exactamente “no muchos de ustedes deben llegar a ser maestros”. Muchos quieren ser maestros y líderes de la comunidad cristiana. Tal deseo, argumenta Santiago, es un peligroso impulso que puede llevar a conflictos dentro de la iglesia. Una razón es que aun cuando el deseo de llegar a ser maestro sea motivado por la mejor de las razones, el maestro recibirá juicio más riguroso. Santiago se incluye a sí mismo entre los maestros y nos recuerda de Jesús, el cual condenó a los maestros judíos (Mat. 23:1–33; Mar. 12:40; Luc. 20:47) y dijo que aun nuestras palabras casuales serán juzgadas (Mat. 12:36). Además, Jesús enseñó que somos responsables de lo que sabemos (Luc. 12:47, 48). El maestro pretende saber y ponerse como ejemplo para la iglesia, desde que en los tiempos del NT el maestro enseñaba por la vida y el ejemplo más que por la palabra. ¡Qué responsabilidad tendrá ese tipo de personas en el día del juicio!
Todos pecamos y ofendemos (BA, “tropezamos”) y el lugar más fácil para tropezar es el uso de la lengua. ¡Qué fácil es permitir que se nos escape una palabra crítica! Si alguien tiene realmente controlada su lengua, de modo que no caiga en pecado en ese aspecto, de hecho tiene tanto dominio propio como para ser perfecto, dado que la lengua es la última parte del cuerpo que se pone bajo control.
Santiago da una serie de ejemplos que ilustran este hecho. Un caballo (una de las “máquinas” más poderosas en tiempos del autor) es controlado por un freno en su boca. Un barco, el mayor vehículo movible de su tiempo, se controla por un timón, que en ese entonces tenía la forma como de una lengua. La lengua también es poderosa como lo muestra su jactancia.
Santiago cambia la orientación del argumento en este punto y compara la lengua a una chispa que puede ser la causa del incendio de un bosque. La fuente de esa chispa es el mismo infierno. El autor no está hablando de la lengua como la fuente del lenguaje que es un don de Dios. Más bien, está pensando en la lengua como algo corrompido por la caída. Muchos pecados, si no todos, comienzan con una palabra. Puede ser pronunciada en forma audible o “dicha” silenciosamente en lo interno de la persona.
Lamentablemente, así como es poderosa, la lengua es difícil de domar. Santiago declara la verdad general sobre la capacidad de la gente para domar animales y la compara con su incapacidad de domar la lengua (no está implicando una observación científica de que todas las especies animales han sido domadas). Aun contando con toda la capacidad, no hay ser humano que pueda controlar su propia lengua. Aun el más perfecto de los santos ex perimenta momentos cuando desea volver a meter en su boca las palabras que acaban de salir.
Por lo tanto, la lengua es inquieta. La falta de quietud es una característica del mundo demoníaco y del mal, mientras que la paz es una característica de Dios y su buen reino. La lengua siempre está de seando decir algo, a menudo venenoso, que produce la muerte. Los asesinatos realizados por parte de los tiranos comienzan cuando dan las órdenes. Experimentamos algo similar en el nivel personal cuando hablamos lo que es malo y nos damos cuen ta de que nos trae más muerte que vida.
Santiago agrega algunos ejemplos más. En la iglesia (está escribiendo a creyentes) usamos nuestra lengua para alabar a Dios. Pero luego maldecimos (porque toda palabra contra una persona de hecho puede ser una maldición) a otros, que fueron creados a la imagen de Dios (Gén. 1:26, 27; 9:6). En los días del autor, el rey o emperador ponía su estatua en las ciudades de su dominio. Si alguno la insultaba o maldecía, era tratado como si hubiera maldecido al emperador en la cara, porque la estatua era la imagen del emperador. Por lo tanto, insultar a una persona, hecha a la imagen de Dios, es como insultar al mismo Dios. Esta dualidad, dos palabras diferentes y contradictorias, es un tipo de hipocresía.
Santiago da dos ejemplos para presentar la conclusión de este punto. El primero se toma de la tierra de Israel, donde en el árido valle del Jordán se podía ver, a la distancia, un torrente que fluía del valle en su lado oriental. Uno viajaba hasta allí es perando encontrar agua. A veces el agua era fresca y buena. A veces estaba llena de minerales (sal) y era imbebible. Pero algo era seguro: los dos tipos de agua no brotaban de la misma fuente. Del mismo modo, uno no obtiene un fruto diferente de un árbol o una viña que el que crece de acuerdo con su naturaleza. Este argumento implica que, si estamos usando insultos o maldiciones al hablar, es porque ésa es nuestra naturaleza. Nuestras alabanzas a Dios son una cobertura, un tipo de hipocresía.
3:13–18 Antídoto para la lengua
Santiago nos ha dejado en un punto desesperado. ¿Quién puede controlar su lengua? ¿Cómo podemos librarnos de su terrible poder y llegar a la perfección? Es el mismo clamor que hemos sentido al final de 1:4. La respuesta es la misma que el autor dio allí: no necesitamos nuestro propio poder sino la divina sabiduría de Dios.
Santiago comienza su análisis mostrando la diferencia entre uno que tiene sabiduría divina y otro que no la tiene. La persona realmente sabia se caracteriza por su buena conducta, o sea un estilo de vida que es bueno de acuerdo con la enseñanza de Jesús. Esa persona también mostrará la mansedumbre de la sabiduría. Uno de los problemas de las iglesias que Santiago conocía era que los maestros se atacaban entre sí y estaban agresivamente a la defensiva. La mansedumbre es lo opuesto a la agresión. Moisés es el ejemplo máximo de una persona mansa (Núm. 12:3). En la historia donde se lo llama “manso” (o humilde), estaba siendo atacado indebidamente por otros dos líderes. En vez de responder de la misma manera (ya que, después de todo, él había tenido visiones y revelaciones de Dios mayores que las de aquellos), humildemente se ca lló y ni siquiera se defendió. Al fin Dios intervino y lo defendió. Esa falta de necesidad de autodefensa es el ejemplo que el autor presenta de una persona llena de sabiduría.
Algunos de los maestros (y otras personas) que estaban teniendo discusiones en las iglesias que Santiago conocía, sin embargo, eran muy distintos de este ejemplo. Se caracterizaban por amargos celos y contiendas. Probablemente, describían su envida como “celo” en el sentido en que lo fue Fineas (Núm. 25:10), pero mientras que el celo puede ser bueno, este celo no era realmente del espíritu de Dios, porque no se caracterizaba por la mansedumbre. Esta era envidia disfrazada. Lo que Santiago describe como contiendas quizá era visto por ellos como una lucha por la verdad o por mantener la pureza del grupo. El término que usa el autor podría ser traducido por “rivalidades” porque estaban formando partidos más que manteniéndose en pro de la unidad de la iglesia. Declarar que esas actitudes eran la “sabiduría de Dios” y así jactarse de ellas es negar la realidad, la verdad de Dios. Esa no fue la forma de actuar de Jesús. Santiago declara que ciertamente tal actitud no es el don de sabiduría de Dios. El espíritu que inspira tal conducta no es del cielo, sino terrenal. Pertenece al mundo y a esta era. También es animal o “no espiritual”, término que Judas usa cuando habla para aquellos que “no tienen al Espíritu” (Jud. 19). Este espíritu de falsa sabiduría no sólo es de este mundo, sino que de hecho es diabólico. Declarando estar inspirada por Dios, esta gente, en su envidia y ambición, realmente está inspirada por el demonio. Santiago resume esto señalando que la envidia y la ambición no vienen solas, sino que llevan el desorden (una característica de los demonios que encontramos primero en 3:8) y toda práctica perversa, lo que se puede demostrar con un estudio de la historia de la iglesia.
La única protección verdadera contra esta falsa sabiduría y el mal que hay en la lengua es la sabiduría de Dios. El autor da una lista de las características de esta verdadera sabiduría que es muy similar a la que da Pablo como fruto del Espíritu (Gál. 5:22, 23). Es pura, lo que significa que la persona es sincera en su obediencia a Dios, sin tener motivos ocultos en su deseo de santidad. Es pacífica (Prov. 3:17; Heb. 12:11), lo que significa que produce paz en la iglesia. Es tolerante (BA, “amable”; Fil. 4:5; 1 Tim. 3:3), lo que quiere decir que no es combativa. Es complaciente, lo que indica a una persona que está dispuesta a aprender, ser corregida o de otro modo responder gozoso al liderazgo piadoso. Está llena de misericordia y de buenos frutos, que se refiere a la ayuda caritativa que era tan importante para Santiago. Por supuesto, Dios siempre es misericordioso y dadivoso, de modo que quienes estén llenos de su sabiduría también serán así. Finalmente, es imparcial y no hipócrita, lo que significa que la persona tiene un corazón orientado solamente a seguir a Dios, a diferencia de la persona “de doble ánimo” de 1:8. El término no hipócrita se refiere a que no hay falsedad o actuación teatral en lo que hace una persona. Como una persona es en presencia de otra, así lo es en su ausencia.
Santiago resume todo este párrafo con un dicho que suena como un proverbio. Algunos eruditos creen que puede haberlo recibido de Jesús: El fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz. Esta es la solución a los problemas mencionados en 1:20; la ira humana no produce la justicia de Dios, pero hacer la paz sí la produce. Eso es también lo que dijo Jesús: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mat. 5:9). Son hijos de Dios porque están actuando como su verdadero Padre, produciendo el tipo de justicia que agrada a Dios. Esto es muy diferente de la ira y la contienda de caminos me ramente humanos para producir lo que los humanos llaman “justo”. El camino de Dios para hacer cosas requiere su sabiduría, su Espíritu.